por Cristian Fabian Gaona *
Copa de la Amistad
Un torneo donde el fútbol une a los vecinos en Resistencia, Chaco.
El sol ya se estaba asomando con más intensidad cuando las primeras familias comenzaron a llegar al Polideportivo Villa Don Enrique, Resistencia, Chaco, escenario del ansiado Campeonato Barrial de Fútbol Infantil. Niños de entre 7 y 12 años corrían de un lado a otro con sus camisetas de colores brillantes, llenos de energía y emoción. No se trataba de un torneo profesional, ni de equipos formados por grandes jugadores; acá, lo que sobresalía era el compañerismo y la alegría de compartir el deporte con amigos y vecinos. Era un evento especial, uno donde el fútbol cumplía un rol más grande que el de un simple juego: se convertía en un vínculo que unía a toda una comunidad.
Las butacas, improvisadas con sillas plegables y mantas, estaban repletas de padres, hermanos, abuelos y amigos. Algunos vecinos, con pasión y entusiasmo, se habían organizado para vender empanadas, pastelitos y refrescos, recaudando fondos para las mejoras del barrio. En cada rincón del Polideportivo se podía ver cómo las familias se involucraban.
El torneo, bautizado como”Copa de la Amistad” , se dividió en varios partidos cortos, en los que cada equipo, compuesto por chicos del mismo barrio, competía con el objetivo de disfrutar y aprender, más que de ganar. No había rivalidades; los equipos se saludaban con respeto antes de cada partido y se abrazaban al final, sin importar el resultado.
Entre los partidos, los más pequeños jugaban en las áreas verdes del predio, mientras los padres aprovechaban para charlar y ponerse al día. En un rincón bajo árboles, los hermanos mayores organizaban juegos improvisados, mientras los más pequeños miraban con admiración a sus hermanos. La cancha, improvisada con conos de colores, parecía un campo de sueños para esos niños que, aunque pequeños, jugaban con una pasión digna de grandes. “Acá no importa si ganás o perdés, lo importante es que la pasamos bien”, dijo Felipe, uno de los niños participantes, que con apenas nueve años resumía el espíritu del evento.
En medio del juego, los gritos de aliento de los vecinos se escuchaban a la par de las risas y los aplausos. Cada gol era una celebración colectiva, cada atajada una hazaña que era reconocida con ovaciones. El sol, que continuaba brillando con intensidad, reflejaba el entusiasmo que se vivía en la cancha y en las tribunas.
En un momento de descanso, las familias se reunieron para disfrutar de las comidas caseras que algunos habían preparado con dedicación. Las empanadas caseras de doña Irma y los pastelitos de la señora Mirta se convirtieron en los favoritos del día, mientras los más chicos aprovechaban para refrescarse con jugos y helados que vendía un vecino de toda la vida.
A medida que avanzaba la tarde, los partidos finales definieron a los ganadores de la Copa de la Amistad. El equipo campeón, integrado por chicos del barrio Villa Don Enrique, levantó el trofeo entre risas y abrazos, pero en el fondo todos sabían que ese día no había perdedores. Todos los participantes se llevaron una medalla como símbolo de haber participado, y el verdadero premio fue la experiencia compartida, el calor del barrio organizador y también los barrios cercanos y las nuevas amistades que se forjaron en la cancha.
Al finalizar el evento, las familias se reunieron en el centro del “Poli” para una foto grupal. Los niños, con sus remeras llenas de sudor y rostros con muestra de satisfacción, posaron orgullosos con el trofeo en mano. Mientras el sol comenzaba a caer, los vecinos se despidieron con abrazos y sonrisas, prometiendo encontrarse pronto para una nueva edición de este campeonato barrial que, más que un torneo, es una celebración de la vida en comunidad.
En el barrio, el fútbol no es solo un deporte; es una excusa para reunirse, para conocerse mejor y para fortalecer los lazos que unen. Y es que, en la Copa de la Amistad, todos ganan.
* Estudiante de PD – Materia: Comunicación y desarrollo comunitario